
Por alguna razón siempre hay que madrugar. No importa si el lanzamiento del shuttle es a las 5 de la tarde como el de hoy, las puertas del
Centro Espacial Kennedy en la Florida, cierran como 8 horas antes del lanzamiento. El circo comienza desde el momento en que se llega al “Badging Gate”, donde te expiden las credenciales de prensa (y donde el nombre de uno no siempre aparece escrito en la lista de periodistas, no importa hace cuánto enviaste tu petición, entonces hay que iniciar una larga cadena de llamadas, que por lo general culminan con una carrera contra reloj para ingresar al centro espacial).
El centro de prensa no puede estar mejor situado: está detrás de Mission Control, y frente al
Vehicle Assembly Building, ese enorme cubo que se ve desde todas partes, donde se acopla el transbordador a su tanque de combustible externo (esa gran crayola anaranjada). Ese edificio tan imponente es en realidad una de las estructuras más grandes del mundo. Tanto, que crea sus propias nubes y su propio microclima: es verdad. ¡Allí adentro ha llegado a lloviznar! La razón de su tamaño no es el shuttle, sino el programa Apollo: por esas puertas tenía que pasar el cohete lunar Saturno V en toda su alta magnificencia. Y por esas mismas puertas habrán de pasar, en unos cuantos años, los cohetes
Ares I y V, este último tan grande como el poderoso Saturno.
Por dentro, el edifico principal del centro de prensa es amplio y cómodo. Tres largas mesas están llenas de estaciones de trabajo con tomacorrientes, internet inalámbrico, librería de fotos y videos y escaparates con innumerables boletines informativos de misiones pasadas. Dos pantallas de TV digital de alta definición transmiten constantemente detalles acerca de la preparación de un transbordador desde que llega del espacio hasta que está listo para despegar de nuevo, e imágenes en vivo de lo que está sucediendo en los distintos puntos del centro espacial: en lo alto de la torre de lanzamientos, en el edificio donde se preparan los astronautas, y en control de misiones.
Y en medio del salón, grandes maquetas con réplicas del shuttle, la Estación Espacial Internacional, y lo que sea que se esté enviando al espacio en ese momento. Hoy, el módulo Kibo, el componente japonés de la estación espacial. Hace unos meses, era el Columbus, y hace unos años, el telescopio Hubble.
La noche anterior hemos tenido la oportunidad de acercarnos a unos 400 metros del shuttle para verlo en toda su gloria, bañado en luces de xenón y prisionero dentro de su complicada matriz de tubos que forman la torre de lanzamiento.
Nunca hay menos de 60 periodistas, y en ocasiones (cuando John Glenn volvió al espacio en la década de los noventa, ha llegado a haber 4,000). En esas ocasiones, para ver la salida de los astronautas del edificio donde se alistan y entran al
"astrovan" para dirigirse a la torre de lanzamientos, hay que pelear a brazo partido para estar en esa lista de “privilegiados” que caben en un pequeño bus escolar. Si logras que te admitan en esa lista entonces debes pararte por una hora al sol quemante de la Florida, sudado a chorros, esperando a que un perro pastor alemán venga a oliscar tus cámaras en busca de explosivos.
La salida de los astronautas sucede en diez segundos, después de esperarlos otra hora, bajo la mirada adusta de los SWAT, con sus rifles no muy lejos de tu cara. Les gritas a los astronautas, los vitoreas, ellos sonríen, los que reconocen su nombre entre la muchedumbre te miran y dicen adiós con el brazo. Y ahora, de nuevo al centro de prensa, a tratar de tomar una botella de agua
Cuando se acerca el momento del lanzamiento la electricidad dentro del lugar sube de voltaje, la conversación sube de tono y la gente corre de aquí para allá con cámaras de TV o libretas de notas en mano detrás de algún personaje importante, astronauta o ingeniero qué entrevistar.
Y durante el último minuto de la cuenta regresiva, parados sobre el pasto a tan sólo 3 millas de la plataforma de lanzamiento, todos esos cientos de periodistas como que se vuelven uno solo, una sola respiración, una sola motivación, como haciendo fuerza colectiva para empujar al shuttle hacia las nubes. Y entonces ya no importan los codazos, el calor, la sed, el hambre… es decir, cuando el lanzamiento no es abortado por A, B o C motivos, lo cual sucede más o menos un 35 por ciento de las veces.
¿Volver al día siguiente? ¿A lo mismo? Noooo, decimos muchos. ¡Qué complicado! Pero nos reímos y nos miramos entre nosotros porque para los apasionados periodistas que cubrimos la exploración espacial, NO significa Sí.