Juntos en la Aventura

Un blog de Angela Posada-Swafford sobre ciencia, exploración y las cosas extrañas con que me encuentro durante algunos de mis reportajes./ A BLOG ABOUT COOL SCIENCE, EXPLORATION, AND SOME PERSONAL ADVENTURES IN SCIENCE REPORTING.

viernes, 16 de marzo de 2007

La estación Amundsen-Scott


Si existieran las bases lunares, serían como la nueva base estadounidense de investigaciones en el Polo Sur geográfico, Amundsen-Scott. De hecho, su aislamiento la convierte en lo más parecido a la Estación Espacial Internacional. Hasta el punto de que el frío no permite que los aviones Hércules apaguen los motores cuando aterrizan porque no los podrían volver a encender, así que éstos llegan, descargan y se van de inmediato.


Así como McMurdo parece un polvoriento y nada atractivo pueblo minero, la base del Polo Sur Geográfico es el sueño de un minimalista. Amplias ventanas dan a planicies cegadoras que se extienden millas sin interrupciones; pocos muebles pero hipermodernos; pisos de linóleo sin tierra que los ensucie (está prohibido importar tierra al continente para evitar contaminaciones). Yo tenía la impresión de que en cada esquina me iba a encontrar con un astronauta flotando.


Existe un invernadero hidropónico, donde hay matas alimentadas con CO2 y combinaciones de luces para hacerlas crecer más aprisa. Tiene tienda (donde nos estampillaron los pasaportes y racionaban la venta de chocolates a uno diario por persona porque el buque de carga anual que llevaba desde tornillos hasta papel higiénico desde California, aún no había podido abrirse paso por entre el hielo); hay videoteca, mesa de billar, una enfermería salida de Star Trek y un gimnasio que aún está siendo terminado. Huele a pintura fresca y el comedor parece ganador de premio de diseño. El edificio modular está construido en zancos para que la nieve pase por debajo y no lo sepulte como le pasó al hermoso pero viejo domo geodésico que ya cumplió su misión y estaba siendo desmantelado ante nuestros ojos.


Las almas valientes que se quedan todo el año aquí son seres de hierro forjado. Un puñado de 40 personas permanece en el Polo Sur, y unas 250 en McMurdo. Reciben un entrenamiento especial y deben pasar un examen siquiátrico. Se convierten en un clan.


Y hay que ver los megaproyectos internacionales de ciencia que están siendo construidos aquí, a 90 grados sur: un observatorio llamado ICECUBE que se puede describir como un telescopio gigante que estará mirando hacia abajo, enterrado entre el hielo. Su objetivo será medir la tenue radiación dejada por unas diminutas partículas llamadas neutrinos, que constantemente llueven sobre el planeta. Estos neutrinos son muy elusivos y además no tienen masa, pero son importantes emisarios de fenómenos cósmicos. La construcción de ICECUBE está teniendo que desafiar enormes problemas de logística, incluyendo taladrar profundos hoyos con una broca de agua caliente. El otro telescopio es el BICEP, que cuando esté terminado este año, medirá las exóticas propiedades del espacio que hay entre una y otra galaxia, para contestar preguntas sobre el origen del Universo. Esta antena de diez metros de diámetro será uno de los telescopios más importantes del mundo.


Próximamente: El área de construcción más difícil del mundo.

domingo, 11 de marzo de 2007

Ciencia en el Polo Sur


Antártica es un lugar especial. Sus paisajes letales están intactos y su corazón libre de la inevitable tragedia humana. Aquí no hay guerras ni hambrunas. Nada se pudre (el frío ha llegado a conservar el cadáver de una foca durante más de mil años). Es un lugar autosuficiente, un continente que no pertenece a nadie. En 1957, durante el Año Geofísico Internacional, varios países comenzaron a construir 50 estaciones de investigaciones. EE.UU. se apresuró a asegurarse el polo geográfico para erigir una de las suyas, en vista de que Rusia mostraba interés en el mismo lugar. Dos años después, 12 naciones firmaron el Tratado Antártico, que acuerda dejarlo para la ciencia únicamente, y prohíbe su explotación minera. El acuerdo fue ratificado en 1991, y estará vigente hasta 2041. En 2007 se celebra el llamado Año Internacional de los Polos y entonces los ojos del mundo están nuevamente puestos sobre Antártica.


Naturalmente que nada detiene a una nación (que no esté dentro del tratado) de poner un campo de exploración petrolera donde quiera. Pero penetrar cuatro kilómetros de hielo con un taladro no es una tarea barata ni sencilla. Si quitáramos todo el hielo de la Antártica, que tiene una y media veces la superficie de EE.UU., tendríamos un archipiélago de islas más bien pequeñas. Pero debajo de éste, sobre la corteza terrestre, hay petróleo. Y a todo su alrededor, grandes depósitos de minerales.


Pero, ¿para qué hacer ciencia en Antártica?


Porque el continente blanco no sólo es un ecosistema absolutamente único, sino que además es la clave fundamental para entender los procesos geofísicos que suceden en la Tierra. Después de todo, la historia del planeta está calibrada en el hielo. Puesto que este es el único punto del globo libre de alteraciones humanas, el hielo, las rocas y los microorganismos son un tesoro de información acerca de la evolución de la vida. Y aunque es un lugar remoto, Antártica influencia el clima de todo el planeta, por lo que es crucial para entender las locas contradicciones al respecto del calentamiento –o enfriamiento- globales.

Por su parte, el Polo Sur Geográfico es como mandado hacer para estudios de astronomía y astrofísica porque el aire es seco y transparente y tiene seis meses de noche perpetua. Entrar en la nueva base estadounidense Amundsen-Scott es como entrar en una base lunar. De hecho, su aislamiento la convierte en lo más parecido a la Estación Espacial Internacional. Hasta el punto de que el frío no permite que los aviones Hércules apaguen los motores cuando aterrizan porque no los podrían volver a encender, así que éstos llegan, descargan y se van de inmediato.

Próxima entrega, desde la estación de investigaciones Amundsen-Scott a 90 Grados Sur.

Foto: Un glaciólogo sostiene un núcleo de hielo perforado a cientos de metros de profundidad en el Polo Sur. El hielo contiene burbujas de aire antediluviano que son cruciales para examinar cambios en el clima de nuestra atmósfera a escalas geológicas e históricas.

domingo, 4 de marzo de 2007

90 Grados de Latitud Sur



Polo Sur Geográfico - A menos 45 grados centígrados (aquí se llega a poner a menos 83 durante el invierno) la piel expuesta duele, la lengua entorpece, los labios se tornan morados y la condensación de la respiración cubre el interior de las gafas con una costra de hielo. Como consecuencia uno tiene que escoger entre: dejar de respirar, ver la belleza siniestra del paisaje como si tuviera cataratas, o quitarse las gafas para limpiarlas. Entonces uno se pone paranoico porque le han dicho que no se puede andar por aquí sin gafas bajo riesgo de quedarse ciego ante el reflejo de la nieve, combinado con el alto índice de radiación ultravioleta cortesía del agujero de ozono aposentado sobre la Antártida.


La sola mención del tenebroso hueco lo pone a uno a temblar porque recuerda que la última dosis de protector solar 80 se la echó hace dos horas: una eternidad. No importa si uno se embadurnó hasta parecer una torta de Primera Comunión, lo cierto es que la crema ha desaparecido y la piel se siente como un pergamino. Uno decide entonces que es momento de ponerse más crema, para lo cual hay que buscarla dentro de alguno de los 24 bolsillos de las cuatro chaquetas o tres pantalones que lleva puestos.


Rezando para que el protector no esté en el bolsillo del pantalón más interno, uno inicia el “proceso de palpo”, que es estudiado por los científicos como el ritual de adaptación de las especies nuevas al ecosistema del hielo profundo (léase: los primíparos recién llegados al Polo Sur) y que consiste en un constante toqueteo corpóreo usado para hallar: la crema labial, las gafas, los cuatro pares extra de guantes, la grabadora digital, las pilas de la grabadora, los mini CDs, la hoja de papel para anotar los e-mails de los científicos entrevistados, el esfero que no escribe por el frío, la businesscard, el trozo de chocolate para acabar de consumir las 4,000 calorías diarias que toca zamparse aquí porque el frío extremo las evapora como alcohol (regia excusa), el frasco de agua (porque la deshidratación en el Polo, que está casi a 3,000 metros de altura, es más traicionera y peligrosa que un alacrán con alas por culpa del frío) y claro, la “botella del pipí”, la inseparable compañera de viajes antárticos (porque en los campamentos remotos se estudia el medio ambiente más prístino del planeta, y ay del que llegue a contaminar las muestras de hielo con amoníaco).

Una vez hallada la loción solar, viene el siguiente reto: hay que quitarse los guantes para ponérsela. Quitarse los guantes a 90 grados de Latitud Sur es más o menos como meter los dedos entre los dientes de un tiburón blanco: es sólo cuestión de tiempo antes de perderlos. Pregúntele a mi compañero de viaje, el director y productor de TV Mauricio Eduardo Quintero, que de alguna manera logró seguir a esta reportera hiperactiva hasta las antípodas, y sobrevivió.


El desdichado Mauricio osó quitarse uno de los dos pares de guantes para poder manipular su video cámara y dejar inmortalizado el momento ante el marcador geográfico, y a los tres minutos por reloj los dedos le dolían de mala manera. A los 15 minutos no podía mover ni los dedos, ni el trípode de la cámara, que quedó congelado con las patas abiertas. Más tarde, ante un chocolate caliente en la estación de investigaciones, comprobó que había sufrido un caso leve de lo que ha aquejado a los exploradores polares desde hace dos siglos: frostbite, un congelamiento de la piel que dejó su huella hasta hace pocos días.

Mauricio, welcome to the South Pole.