Antártica es un lugar especial. Sus paisajes letales están intactos y su corazón libre de la inevitable tragedia humana. Aquí no hay guerras ni hambrunas. Nada se pudre (el frío ha llegado a conservar el cadáver de una foca durante más de mil años). Es un lugar autosuficiente, un continente que no pertenece a nadie. En 1957, durante el Año Geofísico Internacional, varios países comenzaron a construir 50 estaciones de investigaciones. EE.UU. se apresuró a asegurarse el polo geográfico para erigir una de las suyas, en vista de que Rusia mostraba interés en el mismo lugar. Dos años después, 12 naciones firmaron el Tratado Antártico, que acuerda dejarlo para la ciencia únicamente, y prohíbe su explotación minera. El acuerdo fue ratificado en 1991, y estará vigente hasta 2041. En 2007 se celebra el llamado Año Internacional de los Polos y entonces los ojos del mundo están nuevamente puestos sobre Antártica.
Naturalmente que nada detiene a una nación (que no esté dentro del tratado) de poner un campo de exploración petrolera donde quiera. Pero penetrar cuatro kilómetros de hielo con un taladro no es una tarea barata ni sencilla. Si quitáramos todo el hielo de la Antártica, que tiene una y media veces la superficie de EE.UU., tendríamos un archipiélago de islas más bien pequeñas. Pero debajo de éste, sobre la corteza terrestre, hay petróleo. Y a todo su alrededor, grandes depósitos de minerales.
Pero, ¿para qué hacer ciencia en Antártica?
Porque el continente blanco no sólo es un ecosistema absolutamente único, sino que además es la clave fundamental para entender los procesos geofísicos que suceden en la Tierra. Después de todo, la historia del planeta está calibrada en el hielo. Puesto que este es el único punto del globo libre de alteraciones humanas, el hielo, las rocas y los microorganismos son un tesoro de información acerca de la evolución de la vida. Y aunque es un lugar remoto, Antártica influencia el clima de todo el planeta, por lo que es crucial para entender las locas contradicciones al respecto del calentamiento –o enfriamiento- globales.
Por su parte, el Polo Sur Geográfico es como mandado hacer para estudios de astronomía y astrofísica porque el aire es seco y transparente y tiene seis meses de noche perpetua. Entrar en la nueva base estadounidense Amundsen-Scott es como entrar en una base lunar. De hecho, su aislamiento la convierte en lo más parecido a la Estación Espacial Internacional. Hasta el punto de que el frío no permite que los aviones Hércules apaguen los motores cuando aterrizan porque no los podrían volver a encender, así que éstos llegan, descargan y se van de inmediato.
Próxima entrega, desde la estación de investigaciones Amundsen-Scott a 90 Grados Sur.
Foto: Un glaciólogo sostiene un núcleo de hielo perforado a cientos de metros de profundidad en el Polo Sur. El hielo contiene burbujas de aire antediluviano que son cruciales para examinar cambios en el clima de nuestra atmósfera a escalas geológicas e históricas.
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