Con 35 libras de ropa a cuestas
Gulp. La frase mató cualquier duda sobre el hecho que Antártica es el sitio más frío, ventoso, seco, aislado, peligroso y hostil del planeta. Aquí abajo, un accidente aéreo, un caso de hipotermia, deshidratación, o el quedar detenidos indefinidamente sobre un glaciar (porque el impredecible mal clima no deja aterrizar nada), son posibilidades bastante reales. Y entonces, cuando se está parado en medio de un ventisquero apoteósico, donde segundos antes había reinado el sol más esplendoroso, es cuando se entiende que un organismo con cualquier problema de salud está bajo un riesgo en potencia.
Así las cosas, acudimos juiciosos a recibir las 35 libras de ropa y equipos polares que nos esperaban embutidas dentro de dos intimidantes bolsas anaranjadas en la base aérea de Christchurch, Nueva Zelanda. Esta última es la puerta de entrada a la base de McMurdo, que a su vez es la vía para el Polo Sur, así como Chile y Argentina lo son a la más calurosa, benigna y cercana Península Antártica (que es a donde van todos los turistas en cruceros de lujo). Piense en McMurdo como la Nueva York de ese continente (allí habitan mil personas en el verano austral, de octubre a febrero); en el Polo Sur Geográfico, como Washington (menos gente, más simbólico) y en la Base de Palmer, en la Península, como Miami Beach (cálido y lleno de fauna marina).
Pues para ponerse el equipo de ECW (Extreme Cold Weather) había que tomar un curso de física. Cada par de pantalones, cada camisa térmica, camisita, camisona, chaqueta de dulceabrigo, cortavientos, medias, pantalones de tirantas y gorros (que hacen a un modelo sueco verse como el bobo del pueblo) tenía su orden específico y etiqueta de postura. Colóquese usted la cuestión en el orden equivocado y podría estar cortejando una gangrena en alguna parte de su anatomía. Los tres puntos culminantes fueron la big red parka, una chaqueta con no menos de 10 centímetros de plumas de ganso canadiense, unos mitones de pelo de foca que a los de manos chiquitas nos llegaban hasta los hombros y las bunny boots unas botas-ladrillo de caucho blanco encaramadas sobre un colchón de aire. Las botas tenían unas válvulas que había que abrir al entrar a los aviones, para que no se reventaran con los cambios de presión. Valor total del equipo: US$3,000. Cada prenda debidamente marcada Property of the US Government, y había que devolverlo todo al regresar a NZ, salvo el vistoso escudo en tela del programa.
Una cosa era ponerse la ropa. Otra, caminar con la parafernalia encima. Era como acarrear un muerto. Y el espejo le devolvía a uno una imagen poco agraciada. Yo, por lo menos, parecía una granada de mano.
3 comentarios:
Hola, Ángela. Sigo tu trabajo en el MUY. ¡qué alegría descubrir tu blog, ahora puedo leerte online también! :)
Una sonrisa desde Asturias :)
jaja, impresionante, Ángela!
Angelorum!!!! Nunca me voy a cansar de leer sus aventuras. Insisto en los libros de aventuras para GRANDES!!! que nos gusta vivirlas en la comodidad de un sillón sin los mosquitos, las demoras, el calor o el frío.....ja, ja, ja
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