Juntos en la Aventura

Un blog de Angela Posada-Swafford sobre ciencia, exploración y las cosas extrañas con que me encuentro durante algunos de mis reportajes./ A BLOG ABOUT COOL SCIENCE, EXPLORATION, AND SOME PERSONAL ADVENTURES IN SCIENCE REPORTING.

martes, 13 de febrero de 2007

MacTown



Si a uno lo anestesian, lo traen hasta la estación estadounidense de McMurdo en la Antártida, lo sientan dentro de la cafetería y después lo despiertan, uno no tendría la menor noción de que está en la Antártida. La cafetería de McMurdo (apodado MacTown) bien podría estar en cualquier parte de Estados Unidos. Podría ser un Danny’s en Miami Beach o un hotel en Wisconsin.

Pero una sola mirada por la ventana lo trae a uno a la realidad: asentado en Ross Island, una isla en forma de vértebra totalmente encasquetada entre mar congelado, a la sombra del Monte Erebus, este es uno de los puntos más aislados del planeta. McMurdo es la capital científica del Continente Blanco, y el centro nervioso y logístico de las operaciones científicas en la Antártida. Un lugar que tiene la apariencia de un aburrido pueblo minero mezclado con dormitorio universitario, donde viven 1,300 personas en el verano austral, y menos de 300 en el amargo -y oscuro- invierno polar. Un sitio donde los números de teléfono tienen cuatro dígitos, y el presupuesto, nueve; donde todo el mundo tiene millas de viajero frecuente y ningún sitio a dónde volar.

El pueblo está conformado por unas 100 construcciones, que van desde los laboratorios más caros y sofisticados del mundo hasta edificios antediluvianos y un sin fin de contenedores pequeños esparcidos sobre el suelo abierto. Parece una ciudadela sin acabar de construir, con caminos y montículos sin asfaltar en la ladera de una montaña desnuda. Varios tractores amarillos apilan tierra suelta a los lados de los caminos, donde no hay una brizna de pasto, ni un árbol ni una calle de concreto.

El conjunto de talleres, laboratorios y dormitorios da al mar congelado y más allá, a las Montañas Transantárticas. En lo alto de una colina hay una antena blanca con forma de bola de golf, y en las afueras, varios tanques plateados de combustible que parecen pilas de reloj gigantes.

Tras una presentación de bienvenida en la cafetería que incluye órdenes severas de no salir a dar la vuelta a la esquina sin permiso previo -y escolta- de alguien que conoce el perímetro, me coloco nuevamente las 5 capas de ropa polar (a ser descritos más adelante) y regreso a mi dormitorio.

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