
El pasado viernes estuve viendo el lanzamiento del STS-128 nada menos que desde el techo del Edificio VAB, ese gran “cubo” donde acoplan al shuttle a sus tanques de combustible. Es, por volumen, el edificio más grande del mundo. Más de 100 metros de altura, para acomodar al Saturno V. El acceso a ese lugar para ver un lanzamiento es muy, MUY restringido; sólo llevan a 13 personas, casi todos son los fotógrafos de los servicios de cable (AP, Reuters, etc.). Esta foto mía no es memorable porque era una camarita de las de turismo. Pero lo hice de intento porque yo lo que quería era vivir la experiencia, y tener el recuerdo en la cabeza.
Después de las tormentas, la noche estaba en perfecta calma, con estrellas y casi nada de brisa, pero allá arriba, muy refrescante. En esa altura no se escuchan los parlantes, ni las voces de nadie. Es una extraña calma, la que reina allí, y no hay manera de saber cómo va la cuenta regresiva hasta que uno ve el primer flash intensamente brillante de los 3 motores principales, y luego el feroz resplandor de los boosters blancos. Entonces el edifico entero comenzó a temblar bajo mis pies. Y la perspectiva única y privilegiada hizo difícil encontrar palabras para describirlo.