Juntos en la Aventura

Un blog de Angela Posada-Swafford sobre ciencia, exploración y las cosas extrañas con que me encuentro durante algunos de mis reportajes./ A BLOG ABOUT COOL SCIENCE, EXPLORATION, AND SOME PERSONAL ADVENTURES IN SCIENCE REPORTING.

martes, 6 de enero de 2009

El espíritu rosado de la selva anfibia


Foto: Cortesía de Fernando Trujillo

El Amazonas es una selva anfibia. Un río vertical, cuyas inundaciones anuales invitan a los peces a comer frutos de los árboles y los delfines rosados vuelan como espíritus entre las ramas de los árboles sumergidos.

Nadar entre los legendarios delfines rosados de la Amazonía Inia geoffrensis (con énfasis en la primera Í) es jugar al juego de las adivinanzas. Uno está flotando en el agua color coca-cola diluida de las lagunas apacibles (pero no libres de pirañas y una que otra anaconda) del Amazonas colombo-peruano, donde no tiene más de dos metros de visibilidad. Las criaturas están allá en la distancia, sus lomos rosa pálido subiendo y bajando, mientras su primitiva aletita, que es más una quilla dorsal, aparece y desaparece y vuelve a aparecer, cada vez más cerca. El corazón se acelera, intuyendo el encuentro, sintiendo la curiosidad del delfín, deseando que no cambie su rumbo. Está muy cerca. Su sombra rosada pasa bajo el agua y desaparece en las profundidades. Se ha ido… Piensa uno con desilusión. Pero entonces, ¡tamaña sorpresa!: una salva de burbujas que provienen directamente de debajo revientan justo bajo nuestra quijada. ¡Inia está jugando! Vaya, nos está tomando del pelo, incluso, porque luego se aleja, como para darle continuidad al misterio.

Son unas criaturas casi mágicas, los delfines rosados de la Amazonía. No sólo porque es el único lugar donde aún quedan (los delfines del Yangtze en la China fueron llevados a la extinción no hace mucho). Sino porque son increíblemente primitivos, casi alienígenas, con su extrañamente largo rostrum, y su abultado melón para ecolocar en medio del mundo opaco de la selva sumergida. Y porque, a pesar de la hostilidad de algunos pescadores hacia ellos (los delfines rompen las mallas y mordisquean el pescado), están rodeados de leyendas y mitos sensacionales.
Inia es un tipo curioso. Vive en ciudades sumergidas bajo el poderoso caudal de este río de los mil ríos. Uno sólo puede imaginar esas ciudades de las leyendas, quizás hechas con paredes de lodo y custodiadas por el espectacular pirarucu, un pez prehistórico metido dentro de su propia armadura. En ciertas noches, Inia deja el río para venir a fiestear entre los terrestres. Pero como lo precede su reputación de Don Juan roba-doncellas, debe disfrazarse cuidadosamente para no despertar sospechas. Entonces se coloca un sombrero para tapar el respiradero, que no es otra cosa que una raya del río. A manera de cinturón, Inia usa una boa constrictor; el reloj es un cangrejo, y los zapatos son un par de “cuchas” negras, otro pez-dragón que sólo existe por aquí.

Es cierto que el delfín rosado del Amazonas es rosado. A veces es sutilmente rosado como la pantera rosa, o casi rojo como un flamenco. Eso depende en parte de la claridad del agua donde vive: entre más oscura el agua, más rosado el delfín. Pero cuando nace es gris (una hermosa transformación que me recuerda a los caballos blancos lipizanos, que son negros al nacer). “Hemos observado que los inia son como nosotros”, dice Fernando Trujillo, el biólogo colombiano a quien vine a acompañar durante una semana para hacer un reportaje, y una de las autoridades mundiales en la conservación de esta criatura. “Se ponen más rosados cuando hacen mucho ejercicio”. Y, como tantas otras criaturas, cada vez hay menos de ellos. Las leyendas, que de cierta manera habían protegido a Inia de la depredación humana (pues algunas pronostican que matarlos atrae la desgracia), han ido cediéndole el paso a la necesidad de usar la carne del delfín como carnada para peces comercialmente atractivos.

Los delfines amazónicos (las tres especies de Inia, más el diminuto y alegre Sotalia, el delfín gris que es similar a los delfines típicos de mar) están en aprietos. Mientras tanto, Trujillo y su Fundación Omacha, corren contra el reloj para estudiarlos y especialmente, para tender lazos entre las comunidades locales y el delfín, que abracen las necesidades humanas y a la vez, aquellas de la naturaleza. Su bonito trabajo será materia de un artículo en la revista Muy Interesante, y un pequeño resumen en un futuro post de este blog.
A lo largo de los años he visto muchos delfines en el mar. Pero este…este vuela entre las ramas de la selva sumergida. ¡Es verdaderamente alucinante!
Quiero agradecer a la World Wildlife Fund de Colombia en Colombia por haberme ayudado a concertar estas estupendas salidas de campo con tres de los biólogos que ellos apoyan, y que han sido fuente de investigaciones clave para mis notas.

1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Hola Angela, gracias por volver a escribir y por dejar los datos de la fundación Omacha.

Estaré atento al artículo, me encantó la descripción de estos casi alienígenas y me queda mucha curiosidad por la estrategia de camuflaje con las rayas.

Feliz Día!

jueves, enero 08, 2009  

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