Hacía meses no le ponía las manos tan largo rato, ni en tantas partes del cuerpo, a un delfín nariz de botella, es decir, a Flipper. Fue ayer, gracias a una genial invitación al
"encuentro con delfines" del Seaquarium de Miami que me hizo un buen amigo. Me di el gusto de rascarle la barriga, examinarle la cola, jugar a tirarle balones de fútbol, acariciarle el lomo y hablarle a media lengua a Luna, cuyo rostro de delfín no puede esconder su cara de niña bonita y delicada. Los delfines de este programa se ven saludables y contentos, como probablemente lo estén. Sus jóvenes entrenadores están entregados en cuerpo y alma a los juguetones mamíferos, y en la piscina del encuentro todo es armonía y sonrisas.
Pero mirando un poco más allá, tras la sonrisa del delfín, la sensación que uno tiene es que el otrora venerable y famoso Seaquarium de Miami se está desintegrando. Sus tanques extremadamente pequeños, su un tanto dilapidada arquitectura de los años cincuenta -que capas de pintura tratan valientemente de esconder-, los manchones, chorriones, raspaduras en las paredes de las vitrinas, el moho de las exhibiciones de los peces, la notable falta de visitantes, hablan de un lugar que se quedó atrás por falta de interés de parte de la ciudad de Miami. La misma que prefiere meterle miles de millones de dólares a un nuevo estadio de béisbol y cero de ayuda al acuario del que se hablaba en todas partes.
El encuentro con los delfines y la natación con los delfines, que cuesta el doble que el primero, son esfuerzos titánicos –y que valen la pena experimentar- de parte del acuario por sobrevivir. E irónicamente, a tiro de piedra detrás de la piscina de Luna y compañía, están las oficinas del decano y la facultad de la renombrada
Escuela Rosenstiel de Ciencias Marinas y Atmosféricas de la Universidad de Miami, es decir el pináculo en investigaciones y conservación marina del sudeste estadounidense.
Me pregunto ¿por qué no se habrá dado una sociedad entre ambas instituciones que le tire un salvavidas al Seaquarium? Miami, bañada de agua de mar por casi todos sus costados, podría -debería- tener un acuario del siglo 21. Pero no. Se dejó quitar el honor por el estupendo
acuario de Georgia. El mismo que ahora es el punto central de la ciudad. Y ni qué decir el edificio orgánico que alberga al espectacular Acuario de Valencia.
Y entonces da mucha lástima ver los patéticos intentos por sobreaguar de esta reliquia de vitrina de la vida marina donde vive la sesentona Lolita, la orca más anciana en cautiverio. Una espiral de dilapidación que ni siquiera logra esconder el bello rostro de Luna.
3 comentarios:
Renovarse o morir, querida Ángela.
Lo viejo deja paso a lo nuevo. Eso es la evolución, aunque de lástima contemplar como algo que en su día fué hermoso y esplendoroso se vuelve decrépito y achacoso.
Una pena, pero así es la vida.
Un abrazo.
De acuerdo!
A mi me encantaria que preservaran lo antiguo, pero bien mantenido, no asi cayendose...
Un abrazo
aangela
hola Angela! que tal, soy LIKEN, Alex para los amigos,estaba pensando que podia trabajar para Muy Interesante haciendo ilustraciones, tengo una linea que podria ir bien, mas realista, y como ahora mismo estoy en el paro, pues me he acordado, si sabes algo dimelo. Muchas gracias!
Atentamente Alex.
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