Craig Venter (y aquí está todo sobre sus investigaciones) es todo un personaje. Una súper estrella de la ciencia. Uno pensaría que, después de haber alcanzado la fama con la decodificación del genoma humano por allá en el año 2000, el millonario velerista californiano que ama la velocidad, la competencia y la biología molecular, se sentaría a descansar. O por lo menos, que seguiría por el mismo camino de los genes humanos.
Pero no. Nadie puede acusar a Venter de no tener ambiciones en grande. El científico de mirada de lince ahora quiere reemplazar la industria petroquímica. En un laboratorio de Maryland, Venter está manipulando cromosomas con la esperanza de crear una bacteria que ingiera CO2, luz solar y agua por un extremo, y que por el otro escupa combustible líquido para poner en los tanques de los coches.
La idea es manipular el código genético de los organismos simples para convertir cosas como azúcares o luz solar o CO2, literalmente en diesel y gasolina. Venter tiene los bichos del experimento dentro de tanques parecen enormes fermentadores de cerveza, pero mucho más complejos. El experto piensa que sus primeros combustibles estarían listos en un par de años. Y aun mejor, que todos esos combustibles funcionarán con los automóviles y la infraestructura existentes. Cree que es posible que los motores de ahora ni requieran los ajustes que sí tendrán que hacer los coches que usen
etanol. Esto funcionará, dice Venter, porque sus combustibles biológicos no usaran casi agua, a diferencia del etanol. Y el agua, cuando se convierte en vapor, es lo que daña los motores.
Venter imagina un millón de microrefinerías de estos bichos. Empresas privadas, ciudades, incluso personas individuales podrían tener una y hacer su propio combustible. ¡Vaya futuro interesante! ¿Y por qué no? Si en todas las casas hay un refrigerador, que hace siglos era algo inconcebible, ¡que vengan las microfermentadoras de Venter!
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