Hijos de un dios menor
Uno de los cinco escarabajos que tengo como joyas sobre el escritorio
El otro día, revisando viejos videos de un safari en Botswana, redescubrí unas imágenes de escarabajos peloteros (esos que se encargan de procesar la boñiga de los elefantes, leones, rinocerontes y demás bestias de las planicies africanas) haciendo bolas y rodándolas con las patitas traseras. (Aquí hay un divertido video de NatGeo en YouTube - infinitamente mejor que el mío). Ahora recuerdo que cuando los vi por primera vez me dejaron asombrada por su fortaleza, destreza, y por lo mucho que parecían estar divirtiéndose, haciendo acrobacias con sus pelotas gigantes como los atletas del Cirque du Soleil con una bola de playa.
Los videos a su vez me hicieron acordar de los cinco escarabajos verde esmeralda que me regaló mi hermana. Los pobres bichos osaron cruzar el umbral de su casa en Cali, para quedar disecados contra un rincón. Ahora los tengo entre un frasquito de cristal cerca de mi escritorio. Sus lomos bruñidos y lisos lanzan destellos dorados como una joya magnífica.
De todas las criaturas grandes y pequeñas, siempre es la carismática megafauna (los tigres y los osos polares y los pandas) la que personifica a las especies amenazadas. Eso no sólo es vergonzoso, sino peligroso. Puesto que no pueden ganarse su supervivencia a punta de músculo, los animales invertebrados como estos escarabajos tienen trucos que ya quisiera yo ver en un león: filtran el agua, descomponen lo que se muere, airean la tierra, y están cargados de dispositivos geniales que los ingenieros humanos están tratando de copiar.
Por ejemplo, hay un escarabajo que tiene unos filamentos en las alas que usa para sacar agua de la neblina. El diseño ya se usa en “cosechas de neblina” en regiones agrícolas secas. Otro escarabajo es capaz de oler a dos millas de distancia, a un ratón que murió una hora antes. ¿Qué tal ese potencial para hallar a las víctimas de los terremotos?
Ante los ojos de la mayoría de nosotros son hijos de un dios menor. Pero yo les tengo su pequeño altar. Y me regocijo cuando veo que su fiero color verde-dorado no disminuye con el paso de los años.
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