Con King George, Miami Metrozoo. Foto: Ron MagillEl viernes pasado, mientras andaba recolectando información acerca de las
chitas o guepardos, para un extenso artículo en
Muy Interesante, fui a dar al
Miami Metrozoo muy tempranito y con los ojos aún soñolientos. Me reventaba si no le ponía las manos encima a uno de estos gatos tan impresionantes. Quería tocar su pelo grueso e hirsuto, y escuchar por mí misma el ronroneo tan fuerte como el motor de un auto de carreras. Pero no estaba preparada para su mirada hipnotizante, exigente. Un par de ojos ámbar claro que comandan y retienen toda tu atención.
Y nada, absolutamente nada en el mundo se mueve como una chita. Elegante, intocable, sin esfuerzo alguno, como una bailarina en el cénit de su carrera. No es de extrañar que fueran mascotas de los faraones en Egipto.
El privilegio de compartir unos instantes con una de las dos chitas “embajadoras” del zoo (un programa inmensamente existoso, creado en este zoológico por Ron Magill) fue cuanto más intenso porque este gato en cuestión es la chita rey/King cheetah. Una subespecie donde los puntos negros en el lomo se convierten en manchas alargadas, casi rayas. Un animal del cual sólo quedan 40 (cuatro-cero) en todo el planeta. He estado aprendiendo mucho sobre su estátus, biología, evolción e incierto, muy incierto futuro. Sus genes son pobres, su hábitat en el sur del cono africano, se encoge. Una más de tantas criaturas bajo la espada de Damocles.
Este hermosísimo acercamiento tuvo lugar gracias a Ron Magill, el carismático conservacionista y naturalista del Metrozoo, uno de esos personajes a los que la pasión por hacer mella en la preservación de lo que nos queda de vida salvaje se le sale por entre las costuras. Ron es tan fascinante como las chitas y las águilas arpía que adora. Una especie de Jeff Corwin con un toque latino (es de padres cubanos), que ha rechazado las propuestas de programas en Discovery Channel para poderse dedicar a este trabajo en las trincheras.
Si tan solo el Miami Metrozoo le hiciera caso a Ron, e invirtiera el dinero más conservación de vida salvaje en su medio ambiente nativo, y menos en bonitas estructuras… en cuanto King George, espero que no sea la última vez que me quedo con el olor de su pelo en las manos.
1 comentarios:
Tuvo que ser maravillosa la sensación de acariciar y sentir la majestuosidad del guepardo.
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