El virus Ebola le hace cosas a la gente que parecen salidas de una versión hipercruel del Juicio Final. Los minúsculos bastoncitos con la punta redondeada tienen la virtud de licuar los órganos uno por uno, convirtiéndolos en una sopa de tejidos y sangre podrida que salen al mismo tiempo por todos los agujeros del cuerpo. Se devora el cerebro, derritiéndolo a parches, mientras la persona sigue hablando y caminando. Con la ayuda de los aviones, convierte a su víctima en una bomba de tiempo intercontinental. Una de sus cepas, el Ebola Zaire, mata a nueve de cada diez personas infectadas. Ebola hace en diez días lo que el HIV hace en diez años. Es un arma biológica ideal. No existe una vacuna. No existe una cura o tratamiento. Los que se curan, se curan porque tienen suerte. Nadie sabe cuál es su huésped animal original. Nadie sabe dónde está su guarida natural. ¿En una cueva en Zaire? ¿En una selva tropical del Congo? ¿Bajo el agua de un lago en Tanzania? ¿En Marte? ¿En un asteroide que pasó por aquí hace siglos? Quienes manejan el organismo, embutidos en trajes espaciales azul celeste en los laboratorios de Bioseguridad 4, en apenas un par de lugares del mundo, le tienen pánico. No importa cuánta experiencia tengan en el manejo de virus letales, sus manos sudan y tiemblan al manipular el asesino invisible dentro de la aguja que están a punto de insertar en un frenético macaco de laboratorio.
Por eso la comunidad internacional de virólogos está conteniendo el aliento ante la noticia de que un investigador de la Universidad de Wisconsin-Madison anunció haber desarmado genéticamente al virus del infierno. ¿Será posible tanta belleza?
Según Yoshihiro Kawaoka, la clave está en el gen VP30, uno de los únicamente ocho genes que tiene Ebola. Como otros virus, Ebola es paupérrimo genéticamente hablando, y depende de las células colonizadas para robarles su maquinaria molecular y poderse replicar. Este gen VP30 fabrica la proteína que hace posible que Ebola se replique en las células huésped. Quítele usted ese gen y no habrá proteína; y sin proteína, voilá: no habrá replicación.
De esta manera, Kawakoa está produciendo cultivos de Ebola “castrados” con lo cual no hay peligro de infección, facilitando la vida y devolviendo el aliento a los investigadores que buscan una vacuna, con manos temblorosas dentro de su traje espacial.
El informe de Kawakoa, en la Universidad de Madison-Wisconsin, está
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